Los anarquistas cubanos a fines del siglo XIX
Los anarquistas cubanos a fines del siglo XIX: los libertarios y la
guerra del 95
Colaboración de Carlos M. Estefanía, fe96120@student.udd.htu.se (abril/97) Revista Cuba Nuestra, roberto.sanchez@swipnet.se,
Suecia
Este resumen histórico fue motivado por el artículo ¿Diálogo? ¿Pistoletazo? ¡Pueblo!
"Yo confío en que los socialistas libertarios que luchan contra el actual régimen no van a colocar uno nuevo en su lugar;
ha sido y debe ser comprendido este sentimiento de oposición contra todos los gobiernos que durante la guerra de independencia
se encarnó en cada socialista libertario, hacer imposible la opresión del pueblo de Cuba por esas misma leyes como las españolas,
por cuya supresión entregaron sus vidas mártires como Martí, Crecci, Maceo y miles de otros cubanos..." De una
carta dirigida a sus camaradas cubanos por el célebre anarquista italiano Errico Malatesta (2 pág.54).
Dos posiciones de los anarquistas ante la guerra del 95
No es de extrañar que entre las alternativas viables a fines del pasado siglo en el escenario político cubano: la
de la reforma autonomista o la del levantamiento armado independentista, la segunda ganara para su causa el corazón de muchos
socialistas libertarios. El acuerdo del congreso obrero de 1882 apoyando la lucha contra el colonialismo impulsa la convergencia
entre proletarios y separatistas. Sin embargo, no puede hablarse de consenso con respecto a la nueva guerra por parte de los
anarquistas de Cuba. Muchos ácratas no apoyaban al independentismo, por oposición a una calamitosa guerra entendida como de
carácter civil, en tanto Cuba formaba parte de España, una conflagración promovida por una ideología liberal nacionalista
como la que sustentaba José Martí, en la que la solución al problema obrero no quedaba suficientemente esclarecida a la luz
de la doctrina del socialismo libertario. Pensaban que la república prometida por los independentistas no se diferenciaría
de las del resto del continente donde los anarquistas eran tan perseguidos como en el reino de España. El espíritu antibelicista
de muchos ácratas, fundamentalmente los de La Habana se sublevaba de antemano contra la idea de una guerra bárbara que habría
de destruir la economía de un país, arrebatando 300 000 vidas y cuyo colofón resultaría la entrega de la isla a los Estados
Unidos. España, rendida, castigó a su hija rebelde, Cuba, tratando la paz con el enemigo anglosajón, a espaldas de los mambises.
Según el escritor Carlos Alberto Montaner, en dialogo sostenido con el autor de estas notas, al entregar Madrid la soberanía
de la isla a Estados Unidos, en lugar de hacerlo al movimiento independentista, la vieja metrópolis intentaba preservar las
integridad de sus colaboradores, resguardándolos de posibles represalias por parte de un ejercito mambí triunfante. Así, la
famosa enmienda Platt, que coartó la soberanía de la república durante sus primeros treinta años, nació precisamente a causa
de las condiciones establecidas por España para su capitulación ante los Estados Unidos, el país llamado a intervenir cuando
fuera necesario, no solo para proteger sus intereses sino también en defensa de las propiedades españolas en la excolonia.
En cierto sentido la historia daría la razón a los anarquistas que asumieron una posición neutral ante el proceso bélico.
Si en algo pueden asemejarse las tres grandes revoluciones sufridas por Cuba en su devenir histórico, la prolongada
independentista, la democrático nacionalista de los 30tas y la del 59 (originalmente democrática pero luego devenida en marxista-leninista)
es que en cada una las expectativas del movimiento anarquista cubano quedaron insatisfechas. Por otra parte conviene recordar
la culpa histórica de España, país en que salvan distancias ideológicas para fascinarse hoy con la figura de Fidel Castro,
contemplándolo como el reivindicador del desatre del 98, la vieja espina clavada por Estados Unidos en el orgullo hispano.
La españolidad se perdió en Cuba no sólo por la torpeza de los políticos de la metrópolis, o por la superioridad militar norteamericana,
sino también porque la soberbia y el desprecio de los combatientes separatistas le impidió a España tener la visión política
necesaria para tratar a tiempo la paz con honor (entiéndase la independencia) directamente con cubanos. De haberlo hecho aunque
Martí hubiera muerto, quizás "otro gallo cantaría y Cuba sería feliz". Al entregar la isla de Cuba al tutelaje estadounidense,
el gobierno español facilitó lo que quiso impedir José Martí al costo de su propia vida: "que se extiendan por las Antillas
los Estados Unidos y caigan con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América" (1 pág.327)
El apoyo anarquista a la preparación de la guerra
A partir de la crisis económica mundial de 1857, se inició una imparable ola migratoria de empresarios y obreros
cubanos hacia los Estados Unidos. Los emigrados harían de su nueva patria el foco de conspiración separatista más peligroso
para el Gobierno General de la Isla de Cuba. Fue aquí donde con mayor éxito desplegó su labor en pro de la independencia José
Martí. Su oratoria y su honestidad política lograron atraer numerosos obreros al movimiento independentista. Quien revise
la obra publicistica de Martí en los Estados Unidos encontrará excelentes artículos de critica social en los que sin hacer
concesiones en cuanto a su conceptos sobre la propiedad y la libertad de mercado, reconoce el derecho a la huelga y a la organización
de los obreros para demandar condiciones justas de vida. La concepción socio liberal de Martí le permite tender un puente
entre la lucha independentista que estaba organizando y las organizaciones de obreros cubanos emigrados, poderosamente influidas
por las ideas ácratas. Los líderes mas importantes del anarquismo criollo, después de la muerte de Enrique Roig San Martín,
los otros dos Enriques, Crecci y Messioner, se comprometerían con la causa de la emancipación nacional proclamamda por Martí.
Es justo reconocer cuando se habla del apoyo que recibió José Martí de los ácratas cubanos de entonces del caso de Carlos
Baliño, a quien el veterano libertario estadounidense Sam Dolgoff ubica como un activo anarquista dentro de los trabajadores
del tabaco en la Florida (2 pág.49). Con el tiempo Baliño terminaría convirtiéndose en fundador de una de las primeras organizaciones
prosovieticas de Cuba: La Agrupación Comunista de La Habana (18 de marzo de 1923). Pero treinta años antes se podían presumir
los contactos y coincidencias de Baliño con los anarquistas de Estados Unidos, quienes mayoritariamente se declararon partidarios
de la independencia de Cuba. En un discurso con motivo del 10 de octubre de 1892 Baliño cita, precisamente, las palabras de
un líder anarquista norteamericano, Justus H. Schwab para decir: "No podemos permanecer inactivos cuando un pueblo lucha por
conquistar su emancipación aunque no lo mueva el deseo de conquistar esas reformas radicales que nosotros proclamamos y que
son las únicas que pueden garantizar la expansión del individuo" (3 pág.92). Para explicar este acercamiento de
los anarquistas a la empresa martiana conviene también tomar en cuenta la estructura del El Partido Revolucionario Cubano,
fundado por Martí en 1892. Su concepción descentralizada, y unos estatutos propios de la democracia directa, se avienen en
buena medida a los hábitos organizativos de los anarquistas, quienes se agruparon fundamentalmente en los clubes "Enrique
Roig San Martín" y "Fermín Salvochea" (5 pág.9).
Anarquistas en los campos de Cuba Libre
No puede decirse que fuera en la ultima guerra de independencia la primera vez que anarquistas y sus ideas estuviesen
en la manigua. Durante la guerra de los 10 años algunos elementos anarquistas procedentes de la industria tabacalera habían
participado. Varias de las figuras destacadas de la guerra grande se encontraban bajo la influencia ideológica del teórico
anarquista francés Proudhom, como es el caso de Vicente García y Salvador Cisnero Betacourt, quienes defendían las tesis del
federalismo, dentro de la República en Armas. (4 pág.2). En la guerra del 95 numerosos anarquistas tomaron parte
en la lucha armada, muchos de ellos se convertirían en figuras renombradas como es el caso Armando André. Este comandante
independentista terminaría sus días asesinado, tres meses después de haber llegado a la presidencia de la republica otro famoso
mambí, Gerardo Machado, ¿el motivo?: las denuncias realizadas en contra del nuevo presidente por el antiguo anarquista desde
la dirección del periódico oposicionista El Día. Otra figura relevante para significar la participación anarquista
en esta última guerra es Enrique Crecci, el dirigente de EL Productor, de quien ya hemos hablado. Crecci también tuvo un trágico
destino, en 1896 cayó macheteado en un hospital de sangre en los llanos de Matanzas. Es bueno destacar la participación en
esta contienda de anarquistas extranjeros, como en los casos de los italianos Orestes Ferrara y Federico Falco (4 pág.3).
Los anarquistas de Europa y su influencia en la guerra de Cuba: un pistoletazo para cambiar la historia
El papel de los ácratas en Europa es uno de los elementos que no debe dejarse a un lado si queremos comprender plenamente
el rol del anarquismo en la independencia. Frank Fernández historiador y líder del actual Movimiento Libertario Cubano en
el exilio se refiere a este escenario cuando escribe: "La crueldad de la guerra creó en España una situación de tensión social
que produjo una ácida crítica por parte de los anarquistas españoles y que fue apoyada al momento por los ácratas simpatizantes
del separatismo tales como Salvochea y Pedro Vallina. En enero de 1896 se constituye en París el Comité Francés de Cuba Libre
debido al trabajo tesonero de Malato y el Dr. Betances. Es necesario destacar que este comité estuvo compuesto principalmente
por anarquistas franceses, tales como, Louise Michelle, Sébastien Faures y otros". Uno de los factores mas importantes
en la derrota española lo constituye el asesinato del primer ministro español a manos de un anarquista italiano en 1897. Se
cree que el hecho contó con participación directa de Emeterio Betances, el doctor puertorriqueño viculado, como ya vimos,
al exilio cubano en París. El mandatario ultimado, Cánovas del Castillo, de terquedad parangonable a la de Fidel Castro, fue
un conservador cuya dureza contra los independentistas cubanos superó con creces la intransigencia que en este siglo tuvo
la célebre "Dama de Hierro", Margareth Tatcher ante los terroristas del IRA y la ocupación de las Malvinas por los militares
argentinos. Cánovas estaba decidido a aplastar la revolución cubana, pero nos sólo utilizando "hasta el ultimo hombre y la
ultima peseta", sino también mediante una verdadera política genocida de cuya ejecución se encargó en la isla el despiadado
general Valeriano Weyler. La política sanguinaria de este oficial, si bien diezmó la base popular de la que se nutrían los
independentistas, desarrollando lo que hoy llamaríamos una "limpieza étnica" resultó contraproducente para los intereses coloniales,
pues hizo impopular la postura de España ante los ojos de la opinión publica del mundo. Si alguna vez en la historia fue justo
un atentado anarquista, fue precisamente el de aquel día de 1897 en que, leyendo apaciblemente el periódico, en un balneario
de San Sebastián, el primer ministro "del Castillo", recibió un disparo a quemarropa del libertario italiano Angiolillo. Este
pistoletazo, no solo puso fin a una táctica criminal en la isla de Cuba, sino que provocó vacilaciones decisivas en la política
colonial española que serían aprovechadas muy inteligentemente por una nueva potencia que emergía del otro lado del Atlántico.
La muerte de Cánovas trajo al gobierno al liberal Praxedes Mateo Sagasta, quien sin el respeto y la simpatía con que contaba
su antecesor en Europa, llevó a cabo una estrategia tardía de apaciguamiento. El sucesor de Cánovas ordenó inmediatamente
el regreso de Weyler (quien por cierto había logrado salir ileso de otro atentado en la capitanía general) e inició la "Perestroika"
en el régimen colonial e Cuba. Ya era demasiado tarde, la mala fama estaba creada. Más le habría valido a los liberales de
España haber escuchado al liberal de Cuba, José Martí, cuando reclamó a la república española proclamada en 1873 el derecho
de Cuba a ser libre (1 pág.46). Una autonomía para Cuba en 1898, no evitaría lo que los españoles aun hoy recuerdan como el
desastre. Aprendan pues los actuales gobernantes cubanos para que la experiencia no se repita este siglo si tarda la democratización.
La entrada de los estados Unidos, los anarquistas durante la ocupación
El 15 de febrero de 1898 estalla misteriosamente el acorazado Maine, enviado al puerto de La Habana para proteger
los intereses norteamericanos en esta ciudad. El hecho, convenientemente manipulado por la prensa amarilla, se convirtió en
el pretexto esperado para la ruptura de hostilidades entre Estados Unidos y una decadente metrópolis europea. El 19 de abril
de 1898 el Congreso Norteamericano aprobaba la Resolución Conjunta que reconocía el derecho del pueblo de Cuba a la independencia
y exigía al gobierno español la renuncia inmediata de su autoridad sobre la isla. Se iniciaba la guerra hispano-norteamericana
que culminaría con la firma del tratado de París. El presidente Mac Kinley humilló con su victoria al viejo león español,
no solo se hacía Estados Unidos de Cuba, isla rica y de estratégica posición, sino también de los restos del viejo imperio,
desde Puerto Rico a Filipinas. La victoria le aseguró al presidente Mac Kinley un nuevo mandato que no llego a culminar, pues
murió, ¡quien lo diría!, a manos de un anarquista. No cabe duda que la ocupación norteamericana de la isla, cedida
oficialmente por España el 10 de diciembre de 1898, significó un hecho frustrante para los combatientes cubanos, a quienes
tras luchar arduamente durante décadas se les impidió participar en las conversaciones de paz y entrar como ejército vencedor
en las ciudades abandonadas por las tropas coloniales. Cuando Estados Unidos concede la independencia a Cuba en 1902 la soberanía
de Cuba quedara condicionada por una enmienda propuesta por el senador norteamericano Orville H. Platt. Según este apéndice
a la Constitución de la joven república, a EUA se le concedían derechos a bases carboneras, a intervenir militarmente, así
como a tener la prerrogativa de autorizar los empréstitos que hiciera el gobierno cubano. La influencia económica norteamericana
se manifestó en la compra de grandes extensiones de tierra abaratadas por la guerra. Las empresas norteamericanas adquirieron
así miles de caballerías, además de fábricas de tabaco y cientos de concesiones para explotar minas, instalar alumbrado eléctrico,
controlar el transporte ferroviario etc. Si en 1895 las inversiones norteamericanas eran de 50 millones de pesos, un año después
de finalizada la ocupación alcanzaban el índice de los 100 millones. Contra tal estado de cosas maduró una conciencia
patriótica que se consagraría en la revolución del 33 y que fue alimentada en sus inicios por los nacionalistas, los liberales
y los anarquistas cubanos. Por otro lado hay que reconocer que en medio del caos provocado por la guerra en Cuba, muy similar
al dejado por los nazi en Europa tras su derrota a manos de los aliados, los ocupantes norteamericanos contribuyeron a restaurar
las heridas de la guerra, a reactivar la maltrecha economía cubana en poco tiempo, a detener el hambre, a desarrollar las
obras publicas, y a modernizar la excolonia en los ordenes educacional, sanitario, jurídico y político. (7 págs.12-13). Por
otra parte, el hecho de que la república naciera de la intervencion no pudo impedir un proceso de paulatina y espontánea renacionalización
económica que se desarrolló contínuamente hasta el triunfo de la revolución del 59, y sobre el que los historiadores marxistas
prefieren no hablar. El fin de la dominación española significó no sólo la irrupción del capital norteamericano sino también
la revitalización del movimiento obrero. Gracias a la puesta nuevamente en práctica de la Ley de Asociaciones de 1833, que
autorizaba la creación y funcionamiento de organizaciones obreras y que había sido suspendida por la autoridades coloniales
durante los años de la guerra (3 pág. 126), los obreros cubanos pudieron crear nuevas organizaciones, que ocuparon el lugar
de las que de alguna manera había apoyado al régimen autonómico. En este contexto se crea en 1899 La Liga General de Trabajadores
Cubanos, la más importante agrupación de aquel período, entre cuyos fundadores se encontraba numerosos obreros de origen ácrata
aunque también los habrá de otras ideologías. El primer presidente de la liga fue el viejo líder Enrique Messonier, el último
sobreviviente de los tres Enriques del anarquismo cubano decimonónico. Messonier capitalizó para su elección la fama de su
larga trayectoria como dirigente libertario y comprometido independentista. La liga surgía, entre otros propósitos, con los
objetivos de luchar porque los obreros cubanos disfrutaran de las mismas garantías y ventajas que los extranjeros, porque
se gestionara ocupación para los obreros repatriados y porque se buscara oficio a los huérfanos de calle. La organización
de trabajadores desencadenó varias huelgas a fines de 1901 y principios de 1902. Pero de todas las acciones de la
Liga, la más importante (y que determinó su quiebra) fue la primera huelga general de nuestra historia, desencadenada ya bajo
el mandato de Estrada Palma en noviembre del 92 y que se conoce como de los aprendices. Dicho boicot estaba encaminado a detener
la discriminación que sufrían los jovenes cubanos, a quienes no se les permitía entrar como aprendices de los trabajos mejor
remunerados en las fábricas de tabaco, un privilegio reservado para los obreros de origen español. La huelga fracasó, no sólo
por el modo en que fue reprimida por las autoridades gubernamentales, sino también por las vacilaciones del propio Messonier,
quien ya por entonces se deshacía de su credo anarquista para incorporarse al Partido Nacional Cubano, y por la resistencia
que encontró por parte de trabajadores anarquistas que vieron en aquella lucha una manera de quebrar la unidad que debía haber
entre los obreros por encima de las nacionalidades. Al terminar la huelga de los 10000 miembros con que contaba la liga al
inicio del paro, sólo quedarían 300 (3 págs.132-133). Para terminar esta parte de la historia del anarquismo cubano
conviene recordar el apoyo que recibieron las huelgas organizadas por la Liga de Trabajadores Cubanos por parte de libertarios
que sin integrar la organización simpatizaron como ella, como es el caso de: Adrián del Valle (cuyo seudónimo era Palmiro
de Lidia), Abelardo Saavedra y Arturo Juvenet, miembros los tres de la redacción del semanario ¡Tierra! (3 pág.136).
Bibliografía y referencias
1- José Martí, Mis Propias Palabras, Editora Taller, Santo Domingo, 1995. 2- Sam Dolgoff, Den Kubanska Revolutionen-Ur
ett Kritisk perspektiv-, Federativ, Stockholm, 1982. 3- Instituto de Historia del Movimiento Comunista y Socialista de
Cuba. Historia del Movimiento Obrero Cubano 1865-1958. Tomo 1, Editora Política, La Habana, 1985. 4- Frank Fernández,
The Anarchist & Liberty (electronic version) http://www.cs.uthah.edu/~galt/cuba.html. 5- Frank Fernández, Cuba, Los
Anarquistas y La Libertad (1), en CNT, marzo de 1994, Barcelona. 6- Juan G. Bedoya, Más se perdió en Cuba, en El País,
domingo 11 de septiembre de 1994, pp. 16-17. 7- Juan Clark, Cuba Mito y Realidad, Saeta Ediciones, Miami-Caracas, 1992.
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